El Eternauta, Mercedes Sosa y una vuelta por el sincretismo religioso. Nuevas apropiaciones y resignificaciones de la parafernalia religiosa por parte de las juventudes.
Pablo Díaz Marenghi *
Como casi todo argentino que se precie, vi El Eternauta poco tiempo después de su estreno el pasado 30 de abril. No hice maratón sino que preferí dosificar los episodios durante el mes de mayo. Como lector de la obra original y seguidor del género ciencia ficción –aunque no me considero fanático– pasé por diferentes emociones. Primero, la desazón por un comienzo muy diferente a la historieta. Luego, el deslumbramiento por los efectos y el diseño de producción. Después, cierta decepción ante algunos diálogos algo subrayados. Por último, mi balance fue positivo y quedé inexorablemente enganchado para una segunda temporada que se vislumbra demasiado lejana.
Pero, más allá del “valloverga” y el “paraguasca” o “Lo viejo funciona, Juan”, hubo una escena en particular que me conmovió. Ocurre en el episodio 4, aproximadamente a partir del minuto 45’. Un conjunto de sobrevivientes, liderados por Juan Salvo que se refugiaban en una Iglesia intentan cruzar al otro lado de la General Paz y huir de una peligrosa manada de cascarudos. Mientras tanto, en lo que hace minutos había sido su refugio eclesiástico, está ocurriendo una trampa. O, mejor dicho, un sacrificio. El rengo, un ex combatiente de Malvinas devenido en hombre en situación de calle, y una monja que daba abrigo y alimento a los desahuciados, deciden quedarse. Aguantar hasta el final. Compartir un cigarrillo y emboscar a los bichos. Prender fuego todo. Prenderse fuego.
Mientras tanto se escucha el rasgueo veloz de un charango en ritmo de chacarera trunca, el repiquetear de un bombo y unas pezuñas agitarse. Es el comienzo del “Credo” interpretado por Mercedes Sosa de la Misa Criolla, obra compuesta por Ariel Ramírez. La argentinidad, la espiritualidad, la identidad, la tradición y el sacrificio. Todo se condensa en un puñado de minutos en una escena de una potencia notable.
Todo esto me llevó a otras preguntas. Otras imágenes.
Trabajo como docente en Nivel Medio, en una escuela secundaria del conurbano bonaerense. La población que allí asiste está compuesta, en general, por familias obreras, hijas de comerciantes y trabajadores de todo tipo. Hace poco en un curso tomé un examen escrito y mientras pasaba por los bancos a chequear que no hubiera machetes a la vista, un alumno colocó una estampita de San Expedito en su banco.
— Ah, bueno, cada cual con sus rituales — le dije.
— Sí, profe— contestó entre risas.
En el mismo curso se mostraron conmovidos ante la muerte del Papa Francisco en abril de este año. Y en esa misma materia, donde estuvimos trabajando la redacción en varios trabajos prácticos, surgieron producciones relacionadas al Sumo Pontífice y a su sucesor, León XIV.
— Dios me acompaña, voy a aprobar— decía otro.
— No se jode con eso— le respondieron algunos.
En otro curso también hacían bromas similares. Me sorprendió teniendo en cuenta ciertos lugares comunes que retratan a los adolescente como seres descomprometidos, alejados de cualquier aspecto ligado a la fe o a la espiritualidad. Después recordé que muchos de los varones observan rituales religiosos todo el tiempo en las canchas de fútbol, desde señales de la cruz y rezos de rosarios hasta manos elevadas al cielo en un rito más propio de las iglesias evangélicas, otra rama que también ha gozado de un amplio crecimiento en los últimos tiempos.
Recordé también algunas entrevistas recientes que había hecho por otros temas en donde la espiritualidad y la religión emergen. Hablé con Luciano Lamberti el año pasado y me comentó que observaba un reverdecer místico en estos tiempos en donde las ultraderechas avanzan a nivel mundial, en donde pareciera volver aquel mandato punk del no hay futuro. Hace poco también hablé con Juan Luis González, el biógrafo no autorizado del Presidente Milei, quien en su último libro (Las fuerzas del cielo) analiza el costado esotérico del libertario y su séquito. Él observaba que está todo tan mal en el capitalismo que la gente busca un salvador a quien encomendarse y eso había contribuido, entre otros factores, a la entronización del economista. De los estudios de TV al sillón de Rivadavia sin escalas.
Pero yo seguía detenido en aquella escena. La voz de la Negra Sosa lograba una conmoción en mí que me llevaba a mis raíces. Tuve educación católica toda la primaria y secundaria, luego leí a Karl Marx y otros tantos pensadores críticos del cristianismo y mi fe, que ya venía temblequeando, fue abandonada. Con el tiempo, quizás la crisis de los 30, volvieron ciertas meditaciones al respecto. Hoy por hoy no la he recuperado, me identifico con ciertos pensamientos vertidos por Javier Cercas en su último libro El loco de Dios en el fin del mundo, pero si me arriesgo sostener una postura más similar a la de Abelardo Castillo quien afirmaba que “el cristianismo es una ética”.
Pienso en streamers como Luquitas Rodríguez, que le hablan a un público joven, diciendo que se acercaron a la fe católica y se quieren bautizar. ¿Hay algo ahí? ¿Qué representa esta escena? ¿Tiene que ver con la innegable fibra del realizador Bruno Stagnaro con lo que podríamos llamar —no sin antes emprender un sinnúmero de indagaciones teóricas— cultura popular?
La imagen de la virgen que se tambalea pero no se cae mientras suenan las pisadas viscosas de los cascarudos. El cigarrillo compartido en el último instante por el rengo y la monja. Esa certeza igual a la de Miriam Lewin cuando antes de morder la pastilla de cianuro, que luego un milico le hizo escupir antes de secuestrarla y llevarla para la ESMA, miró al cielo y pensó: muero feliz y tranquila de morir por una causa. La idea del sacrificio crístico que alimentó a las mentes revolucionarias en los setenta, ¿puede regresar?
Sobre el final, antes de que suene “Caminito” interpretada por el Zorzal Criollo, Carlos Gardel —como para que también suene tango y se complete el ying yang identitario argento musical— se observa la imagen de la torre de la Iglesia prendida fuego. ¿Qué es lo que se quema? ¿La Iglesia como institución? ¿La fe? ¿Nuestros prejuicios? ¿O todo eso junto?
La fe como paradigma de agarrarse de algún lado
Atribulado, deseoso de compartir pareceres, le pregunté a Facundo Arroyo qué le había parecido esta escena, qué encontraba interesante. Facu es periodista especializado en música y, en particular, música popular. Hizo el guión de un documental sobre Jorge Cafrune y escribió un libro sobre la vuelta de Mercedes Sosa al país en 1982 que es notable (Y un millón de manos que me aplauden, Gourmet Musical). Me parecía una persona ideal para conversar al respecto.
Resaltó dos aspectos. El primero, la reivindicación a Ariel Ramírez, uno de los nombres fundamentales y fundacionales dentro del folklore argentino, compositor de La Misa Criolla y, también, de Mujeres Argentinas, otra obra interpretada por Mercedes Sosa.
“También me interesa el sincretismo que expresa”, me comenta. “No es una visión lineal de la cultura católica. Porque tampoco lo es ni la Misa Criolla ni Mercedes Sosa. Es un poco el sentir norteño de la religión católica. Expresado, por ejemplo, en los carnavales de Tilcara. Está la religión presente pero también está el paganismo. Y esa mixtura, ese sincretismo está expresado en la Misa Criolla, en Mercedes y en la escena del Eternauta. Creo que esa lectura la tiene bien clara Stagnaro. Por eso mismo tira la Misa Criolla ahí y no cualquier Mercedes Sosa u otra cosa vinculada a la religión católica. Él quiere expresar el sincretismo de la escena”, señala.
Me agrega algo más acerca del potencial de lo eventual: “Los refugiados en esa Iglesia son una casualidad. No es que son católicos que iban todos los domingos a la Iglesia y se refugiaron ahí de los escarabajos. Hay una eventualidad y el sincretismo también es una eventualidad de sostén. Sostén en la fe. La fe como paradigma de agarrarse de algún lado. Todo eso lo resume Stagnaro en esa escena. Por eso es tan buena. Y por eso es una alegría también que haya hecho todo eso en dos minutos, ¿Cuánto dura la escena? Es espectacular. Una obra de arte”.
Si te abrazás a tu vida, la perdés y si la entregás, la ganás
Dentro de las personas que pululan últimamente en los canales de streaming, que son bastantes, Juan Ruocco es de los que considero más interesantes. Lo conozco desde que escribía en Revista Velociraptors, hablaba de temas geeks/nerds y publicaba relatos de ciencia ficción. Hoy está en Blender, es una de las voces autorizadas en materia de bitcoins, una mente lúcida que interpreta la realidad y también lo escuché hablar de este aparente reverdecer del catolicismo en cierto sector de la juventud. Por eso me interesaba charlar con él también para ver qué había encontrado en esta escena de El Eternauta y cómo veía el tema religiosidad en el presente.
Primero me resaltó el papel del Papa Francisco como alguien que “revitalizó una institución que estaba bastante vapuleada por sí misma, más que nada por los casos de abuso, la secularización de la sociedad, su rol en la dictadura, aunque siempre fue muy contradictoria”.
Me contó también algo de su experiencia personal: “Vengo de familia católica, fui toda la vida a misa, de chiquito me llevaban, obvio, de adolescente hice mi camino, medio que me fui, tuve un tiempo en una iglesia evangélica y hace unos años por cuestiones de salud de mi vieja más que nada y diferentes situaciones me fui acercando de nuevo”.
Resalta una frase del artista Daniel Santoro: “Él habla de dos ejes: severidad y misericordia. Como dos polos en la sociedad argentina, incluso dos polos dentro del peronismo, de la propia Iglesia y Francisco fue un polo más de misericordia que de severidad”.
Sobre la serie me resaltó que “las iglesias son parte del paisaje y de las costumbres. Rescata ese lugar gregario que tienen y también es el mismo rol que cumplen los clubes, instituciones que congregan a la gente y dan contención en momentos difíciles”, describe.
“Son instituciones que están muy arraigadas en la cultura argentina. Es un tejido que ya existe y pertenece a la sociedad civil, no es del Estado. Porque muchas veces creo que las discusiones que se vienen dando en estos últimos años entre el kirchnerismo, el liberalismo y demás es que lo comunitario quedó asociado al Estado. Estas son instituciones de la sociedad civil que no son ONG tampoco, la ONG me da más de los manos, esta cosa muy marciana, lo otro es la existencia de un sustrato comunitario en la vida típica argentina”, observa.
“Toda la gente que se agrupa en la iglesia como que estaba medio sola, parias, toda gente medio rota; un veterano de Malvinas, no tenían para morfar, me gusta que aparezca eso, ¿no? La iglesia como cierto refugio de la gente humilde”, señala.
Después enfatiza la cuestión del sacrificio: “el combatiente de Malvinas y la señora que para la olla, terminan sacrificándose para que ellos se puedan escapar. Ahí hay una revalorización muy cristiana de dar la vida por los demás. El mensaje núcleo cristiano. Esa cosa muy paradójica de: si te abrazás a tu vida la perdés y si la entregás la ganás”.
Respecto a Mercedes Sosa, agrega una capa más de análisis: “Tiene que ver con una unión que no es cualquier catolicismo. Es muy loco como es algo muy universal pero en Argentina es muy particular. Parte del triunfo de lo católico tiene que ver con que se hizo muy criollo, muy argentino”.
Agrega algunos ejemplos: “Uno piensa en la Virgen de Luján y automáticamente pensás en los gauchos, en el campo, las invasiones inglesas. El cuerpo de San Martín está en la catedral, entras a la catedral y ves Granaderos, las banderas que rindió Inglaterra en las invasiones inglesas están en una iglesia, en un convento en San Telmo. Mucha de la historia de nuestros patriotas está unida también a la Iglesia. Hay una historia muy criolla de vivir esa fe y esa fe está muy unida a Argentina y me parece que un poco las elecciones simbólicas de Stagnaro tienen que ver con eso, no es un Ave María en latín y nada más. Es la Negra Sosa, es recuperar la forma argentina de vivir esa fe. Que tiene que ver con El Eternauta en sí, como participa lo particular nuestro en la ciencia ficción, un género universal criollizado.Me pareció muy generoso de Stagnaro. Podría no haberla puesto, pero el tipo tiene una fibra sensible con lo popular”.
Conclusiones (o un intento de …)
Este texto no se propone llegar a ninguna respuesta. Más bien son algunos apuntes veloces escritos al calor de la conmoción. Algo que cada vez me ocurre en menos oportunidades ante una producción audiovisual. Si bien tras poner la producción bajo la lupa uno puede encontrar fisuras o aspectos a mejorar desde lo narrativo, nadie duda de que El Eternauta marca un antes y un después para la industria audiovisual argentina —que se valora aún más en tiempos de asfixia planificada por parte de la gestión de La Libertad Avanza— y un homenaje que está a la altura del original a cargo de Héctor Germán Oesterheld —desaparecido durante la última Dictadura Militar. Lo cierto es que de entre tantos horizontes de análisis posibles el que más me interesó fue este fragmento que entrecruza la música popular, la religión, el misticismo, los rituales y la tensión de una escena de supervivencia y escape.
Luego de hablar con Facu y Juan se me vienen a la mente más imágenes: mi primera comunión, los dibujos de Jesús en la cruz sangrando que hacía en clases de Educación Artística, mi vieja prendiendo velas y acumulando estampitas de santos cuál figuritas para desearme suerte cuando tenía que rendir algún parcial; mi abuela, correntina cuchillera, haciendo quien sabe cuantos rituales que transformaban su habitación en un templo.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han —aquél de la Sociedad del cansancio pero que no se cansa de publicar un nuevo libro cada seis meses—afirma en su libro La desaparición de los rituales: “Al tiempo le falta hoy un armazón firme. No es una casa, sino un flujo inconsistente. Se desintegra en la mera sucesión de un presente puntual. Se precipita sin interrupción. Nada le ofrece asidero. El tiempo que se precipita sin interrupción no es habitable”. Además, agrega: “Los rituales dan estabilidad a la vida”.
En ese sentido me interesa el catolicismo. No en el de los chupacirios o el Opus Dei. No en el de la Iglesia Católica como institución cómplice de la Dictadura Militar ni encubridores de abusos sexuales. Me interesa la religiosidad popular, las reinterpretaciones paganas, el sincretismo. Las estampitas de mi mamá y mi abuela. La potencia de la fe que inspiró, por ejemplo, a un grupo de jóvenes a creer que su sacrificio por una causa mayor no era en vano. Algo que hoy, en tiempos líquidos y efímeros, parecería ser imposible. No para volver a la violencia de las organizaciones armadas sino para abrir nuevas preguntas más allá del individualismo recalcitrante que parece ser la melodía de una época en donde importa más hacer plata fácil, rápido y sin esfuerzo que formarse intelectual y espiritualmente.
Todo esto se me presentó en dicha escena que, sin dudas, revolvió el avispero de mi propia identidad pero, creo también, se debe a la potencia de la música y la interpretación de la Negra Sosa. Como decía Juan, no es cualquier canción. Como decía Facu, no es cualquier folklore. Es el sincretismo, la música popular. Es, además, la magnética interpretación de una de las voces más cautivantes que ha dado esta tierra. La voz de Mercedes Sosa es la argentinidad.
Volviendo al eje de este texto, parafraseando aquella frase sin autor que se repite sobre Diego Armando Maradona, santo patrono plebeyo y popular: “No me interesa lo que hizo el Catolicismo con su vida. Me interesa lo que hizo con mi vida”. La tuya, la mía y las nuestras. Un catolicismo criollo que excede a cualquier institución y hoy llegó al streaming.
*Pablo Díaz Marenghi es periodista y docente. Licenciado y Profesor en Ciencias de la Comunicación (UBA), Maestrando en Periodismo Narrativo (UNSAM). Colabora en medios gráficos. En 2016 publicó Codex, Música Contemporánea (Maten al Mensajero). Del conurbano por adopción, vegetariano, hincha de River, de Morrissey y Los Ramones. En Twitter es @pe_diazm.